Borrar
Marina Domínguez (D) y su hija Ana Rodríguez (I) son el alma de la emblemática bodega El Pescador de Ponferrada.

Ver 19 fotos

Marina Domínguez (D) y su hija Ana Rodríguez (I) son el alma de la emblemática bodega El Pescador de Ponferrada. Carmen Ramos

La bodega de Ponferrada donde la Generación X creció con leche de pantera y sopas de ajo

Situada en el corazón del casco antiguo, El Pescador mantiene vivo su espíritu como una de las supervivientes y emblemáticas de la tradicional ronda de bodegas de los años 80 en la ciudad

Carmen Ramos

Ponferrada

Lunes, 26 de mayo 2025, 08:14

El tiempo no ha pasado por ella. Es ella la que ha pasado por el tiempo. Tan solo cruzar el umbral de su puerta la bodega de El Pescador de Ponferrada nos devuelve a los años 80. Un viaje al pasado en el que la ronda de bodegas era una cita obligada para los jóvenes de la época todos los fines de semana y especialmente en las celebraciones de las vacaciones estudiantiles.

Han pasado 42 años desde su apertura pero, pese a todo, guarda el espíritu tradicional de un momento histórico en el que la hoy llamada Generación X creció alimentada por sus archiconocidas sopas de ajo y una bebida con nombre de fiera: leche de pantera. Una receta secreta y mítica del local que guarda a buen recaudo Marina Domínguez, su propietaria.

Ella, natural de Trives (Orense) y criada en el barrio ponferradino de Villagloria de la ciudad, puso en marcha junto a su marido, José Antonio Rodríguez, Toñín, (ya fallecido) el negocio en el bajo de una casa tradicional berciana situada en el número 12 de la calle Cruz de Miranda, en el corazón del casco antiguo de la ciudad. En ella pasó más de 42 años viviendo en primera persona la historia de la ciudad detrás de la barra.

Marina Domínguez recuerda como le dio la noticia Toñín, su marido. «Un día llegó y me dijo que había comprado una casa. «Estaba en ruinas pero la fuimos arreglando», relata, todo ello con la idea de abrir una bodega. Por entonces ambos ya tenían una larga experiencia en la hostelería.

En los años brillantes de 'La Ciudad del Dólar' ella había empezado su andadura profesional como camarera en el bar Nagasaky, entonces situado en la plaza de Lazúrtegui, y también regentó una tienda de ultramarinos en General Vives antes de abrir juntos en el Pasaje Matachana el restaurante Bahía, muy popular en aquel momento en Ponferrada donde se daban comidas y se celebraban también bodas y bautizos. «Se trabajaba muchísimo, hacía muchas horas porque había muchas bodas», explica. Así que vieron en la bodega una salida «porque el Bahía era mucho trabajo».

El negocio fue bautizado con el nombre de El Pescador por la gran afición de su esposo al deporte de la pesca y con el paso de los años se ha convertido en parada obligada en la zona histórica de la ciudad para bucear en todo un baúl de los recuerdos. Además de las imágenes de clientes y amigos en sus paredes de piedra cuelga una amplia selección de fotos antiguas de Ponferrrada.

La ronda de bodegas

Marina Domínguez se jubiló a los 70 años. Lleva seis años disfrutando de esta nueva etapa de su vida aunque reconoce que nunca pensó en dejar un negocio al que todavía sigue ligada y al que acude día sí y día también para tomarse un 'cortín' de cerveza. En el recuerdo muchos momentos bonitos, entre ellos los años de efervescencia de la popular ronda de bodegas. «Había muchísima gente y el día de las vacaciones ni te digo, tenía que decirles: Chavales, si queréis tomar vinos dejarme coger las botellas, era imposible», explica.

Ana Rodríguez sirve una caña a unos clientes en la bodega de El Pescador. Carmen Ramos

Un momento en el que la familia trabajó «a destajo» detrás de la barra en la década de 1980. «Es que no podías salir ni a recoger los vasos», señala la propietaria de la bodega El Pescador. «Se ponían en los bancos y yo pensaba que se iba la bodega abajo», rememora ahora esbozando una sonrisa porque para ella «fueron unos años muy bonitos» en una bodega que «me trae muchos recuerdos».

Su hija Ana Rodríguez vivió también aquel momento. «Por la semana estaban mis padres pero el fin de semana veníamos mi hermano, mi hijo y yo porque de aquella había mucho jaleo», explica. Recuerda como en aquellos años en Semana Santa detrás de la barra «llegó a haber cinco personas porque era imposible».

La segunda generación

A Marina Domínguez le ha tomado el relevo al frente del negocio su hija Ana Rodríguez, la segunda generación. Oficio no le falta porque se crió prácticamente en la bodega apoyando como una más a la familia cada vez que hacía falta. No hay más que verla. Se desenvuelve detrás de la barra como pez en el agua sirviendo a sus clientes que ya son casi familia. Incluso alguno ya aguarda en la puerta a que las agujas del reloj marquen las siete de la tarde para tomarse el primer vino.

Antes de abrir la puerta, Ana Rodríguez ya tiene todo preparado para el pincho, cortando el pan de la hogaza para su tradicional sopa de ajo, cuya elaboración sigue a pies juntillas la receta de su madre que siempre ha sido un reclamo para acompañar a cada una de las consumiciones que sirve. «Hasta en verano las querían pero no se las ponía», apunta Marina Domínguez. Un hueso de jamón, unto, ajo, pimentón, sal y el pan aparte, mejor del día anterior, eran y siguen siendo a día de hoy los ingredientes de su receta que tiene que cocinarse necesariamente «despacio, despacio».

En cuanto a la leche de pantera, el secreto lo guarda bajo llave en su memoria Marina Domínguez. Tan solo un par de pinceladas en las que alude a la leche y la canela porque «lo demás ya es secreto». Una bebida que le enseñó a elaborar su marido «porque él la hacía en el bar Alaska», otro mítico de la ciudad, donde trabajó como camarero. Aunque la receta venía del tío Ricardo. «Me pidió por favor que no se lo dijera a nadie», dice. «Ya murió el tío Ricardo, que le llamábamos tío y no era nada pero era muy de casa y prometí no decirlo», insiste. Una bebida emblemática de la casa que se pedía «muchísimo» en la época de las bodegas y que su hija Ana sigue elaborando fiel a la tradición de la casa.

42 años y a seguir

La bodega El Pescador es una superviviente de la ronda de bodegas de los años 80 del siglo pasado, ya de las pocas porque «quedan cuatro o cinco, nada más», dice Marina. El secreto para seguir adelante a pesar del paso del tiempo es que «nosotros siempre nos hemos portado bien con la gente y ellos también muy bien, siempre, que es cosa de agradecer», subraya. Una opinión a la que se suma sin vacilar su hija que atribuye a sus clientes y amigos el mérito de haber logrado mantenerse hasta nuestros días. «La gente ha respondido muy bien, porque tú puedes trabajar pero si la gente no te responde no haces nada».

El futbolín sigue inamovible a la entrada y el hueso del jamón plantado en una maceta «a ver si prende», ahora detrás de la barra obligado por la pandemia del Covid. Dos señas de identidad de una bodega que rezuma historia y calor. Como el beso que Ana le da a su madre en la mejilla detrás de la barra. Abre todos los días de la semana excepto los miércoles que toca descanso y así va a seguir hasta que el cuerpo aguante.

Esta funcionalidad es exclusiva para registrados.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elbierzonoticias La bodega de Ponferrada donde la Generación X creció con leche de pantera y sopas de ajo